lunes, 5 de diciembre de 2011

Sanidad pública

Pocos aspectos de la vida social suscitan tanto consenso como la bondad del sistema público de salud.

Sin embargo, negros nubarrones se ciernen sobre ella. Es de gran calidad, pero demasiado cara, al menos para los ingresos que obtiene el Estado.

Pero no es cara por los sueldos que se cobran (mucho más bajos que los de nuestro entorno) sino por otras circunstancias fácilmente subsanables, si hay verdadera voluntad para solucionarlos. Todos, en mayor o menor medida, somos responsables de ese gasto excesivo y, por consiguiente, somos responsables de solucionarlos.
Los tres actores principales son:

1. Gestión económica.
Es realmente desastrosa y bochornosa. No se gestiona, simplemente se ingresa y se gasta sin el más mínimo control. Las deudas son desorbitadas y lo único que se ha hecho para reducir los costes no ha sido mediante una gestión eficaz, sino bajando el 5% de los sueldos, cerrando plantas y consultas y retrasando el pago a los proveedores.

¿Porqué se gestiona tan mal?. Porque los gestores no son profesionales. Son médicos/políticos que poco o nada saben de economía. Un ejemplo de pésima gestión es la mala costumbre de crear unidades quirúrgicas de alto nivel, como cirugía cardiaca pediátrica, en todas y cada una de las ciudades españolas. Ello conlleva un gasto extraordinario y no sólo no mejora la calidad sino que la empeora de manera espectacular. Son intervenciones muy complejas y poco frecuentes que, al repartirse entre 50 equipos, ninguno de ellos llega a tener la suficiente experiencia como para tener unos buenos resultados. Es preferible que en toda España hayan dos unidades hiperespecializadas que sean las que lo operen todo. Esos dos equipos conseguirán tener una enorme experiencia y calidad y el coste para el sistema será mucho más pequeño. Pero el político se pone medallas cada vez que abre un nuevo servicio en su pueblo.

2. Personal.
Los médicos tenemos barra libre para solicitar pruebas y poner tratamientos, algunas veces muy caros y sin sentido. No se trabaja de cara a ser más productivo sino para tener los menos problemas posibles en el día a día y, si pidiendo una Resonancia, nos quitamos a un paciente coñazo, la pedimos. Por otro lado está el grave problema del absentismo laboral que, en algunos sectores llega a ser del 30%.

Hay miedo a trabajar según productividad. La igualdad se ha impuesto y gana lo mismo un profesional de primer orden con resultados extraordinarios a nivel mundial que el que resuelve diez veces menos trabajo y con menor calidad. En Medicina están perfectamente estandarizados por procesos la productividad de la inmensa mayoría de acciones que se realizan. Incentivar al buen profesional con más sueldo es equitativo y deseable y, al final, le resulta más rentable al sistema pues hay más posibilidades que el profesional mediocre mejore.

Los pacientes con enfermedades graves, como por ejemplo los que necesitan de un transplante, no tienen conocimiento directo de los resultados que obtienen distintos equipos a nivel español. Sería deseable que se publicaran los resultados que obtiene cada unidad en cada patología de importancia para que el paciente pudiera elegir acudir al mejor centro. A su vez, los mejores centros, a los que acuden más pacientes, deberían ser estimulados pagándoles más y, a los peores, se les restaría dinero.

3. Usuario
Hay tendencia al abuso de servicios cuando son gratuitos (o esa es la impresión de muchos). Cualquier patología, por banal que sea, es subsidiaria de acudir a un servicio de urgencias, al médico de cabecera o incluso exigir pruebas complementarias caras “para quedarse tranquilos”.

Se insiste en acudir al “especialista” por cualquier tontería, cuando éste sólo está para tratar a pacientes complejos que no puede atender el médico de cabecera.

Cualquier prestación pensada para unos pocos que la necesitan se tiende a universalizar, como por ejemplo el calzado ortopédico o las plantillas.

Se aplauden todas las iniciativas que pretenden poner en cada pueblo unidades muy avanzadas, con el inmenso coste y pésima eficacia que ello supone. M

Muchos creen que tienen derecho a todo, cuando sólo tienen derecho a lo que realmente necesitan.

Nuestra Sanidad tiene unos niveles de calidad muy altos y no creo que sean necesarios recortes sino buena gestión por parte de unos y responsabilidad por parte de los demás.

martes, 11 de octubre de 2011

Maestro

Quería ser maestro. Esa ha sido siempre mi gran pasión. No era sólo un trabajo, era mi ser.

Pero no me atreví en su día. No me gustaba como se desarrollaba la profesión, por un lado, y por otro, a mis 18 años, me atrajo el dinero de mi otra gran pasión: la medicina.

No sé si acerté o me equivoqué, eso es lo de menos. Lo importante es como se han desarrollado mis vivencias con lo que elegí.

Pero antes contar que tipo de maestro quería ser.

En la serie “Crónicas de un pueblo”, una de las figuras centrales era el maestro. Un maestro que se las apañaba para tener en una única clase a todos los alumnos, desde los más pequeños hasta lo mayores. Sería su profesor desde los seis años hasta que terminaran los estudios.

Supongo que hoy en día esto sería un sacrilegio pedagógico. Pero es lo que me entusiasmaba. Mis inexistentes alumnos iban a saber bastante poco de matemáticas, física, química o religión. Los pobres las pasarían moradas para subsistir en una selectividad.

Pero sabrían mucho de la vida, la naturaleza, las pasiones, las emociones, la felicidad, la angustia.

Sabrían de insatisfacciones y sus porqués.

Sabrían de cómo educar y no domar a sus futuros hijos.

Sabrían de rebeldía constructiva, de criticar sin herir y de mansedumbres autodestructivas.

Disfrutarían leyendo los libros que a cada uno de ellos le interesara.

Aprenderían de dependencia y de abrirse paso por la vida aportando y no restando.

Sabrían que lo social empieza por lo individual y que el egoísmo bien entendido, aquel que te sirve para hacer lo que realmente deseas y no lo que supuestamente debes hacer por los demás, termina siendo lo más solidario, por ser real y no agotador.

Me da la impresión que un chico que se enfrente al mundo con estas armas será capaz de ser un genio de las matemáticas, física, química o biología, sin haberlas dado en su infancia.

Pero elegí ser médico y no me arrepiento. He aprendido a amar profundamente lo que hago. Pero no soy un médico al uso. Uso muy pocos fármacos, pocas pruebas complementarias y pocas palabras técnicas altisonantes. Soy un docente de la medicina. Explico muchísimo más de lo que receto e intento dar las claves para mantenerse en salud y no enfermar. Para ello no son suficientes la dieta sana y el ejercicio. Mucho más importante es aprender a mantener la salud emocional.

Enfermamos en ocasiones por los genes, otras por infecciones inevitables, otras por malos hábitos en nuestra vida, pero sobre todo enfermamos porque sufrimos inútilmente….porque nuestro maestro de primaria y secundaria no nos enseñó más que matemáticas, física, química y biología.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Salud y ejercicio

No hay dudas. Son cientos de excelentes artículos científicos los que proclaman que el ejercicio físico es un pilar básico para mantener la salud.

Os propongo que respondáis a una sencilla pregunta:
¿Qué preferís: ir muchas veces al gimnasio o al médico?.

No es una tontería, está totalmente demostrado. Los que van mucho al gimnasio casi nunca necesitan ir al médico y viceversa.

Tras responder a esta sencilla pregunta, actúa en consecuencia: usa la tarjeta de entrada al gimnasio o prepárate a usar con frecuencia la tarjeta de la Seguridad Social.

domingo, 22 de mayo de 2011

Dolor de pies

El dolor de pies se puede deber a multitud de causas. Algunas estructurales, otras genéticas, traumáticas o por distintas enfermedades.

No voy a entrar en este difuso y confuso universo siendo exhaustivo con todas estas patologías. Prefiero hacer una reflexión.

Si los hombres y las mujeres tenemos los mismos pies (algo más olorosos en ellos), ¿cómo es que en mi consulta, casi todos los pacientes con dolor de pies son mujeres?.

¿Tendrá algo que ver el calzado que usamos unos y otras?.

Analicemos.

Los tacones de 20 cm ¿sirven para andar mejor y evitarnos molestias en nuestros dedos en martillo?.

Esas zapatillas absolutamente planas, tan monas y ligeras ellas, ¿están concebidas para que nuestros talones disfruten de un bienestar sin parangón?.

Y qué me dicen de esos diminutos zapatitos, tipo Cristal de Cenicienta, terminados en un filo imposible para acoger maternalmente nuestros deditos ¿habrán sido creados para disfrute y deleite de nuestros juanetes?.

Prevengamos.

Si a los hombres nos duelen poco los pies, usad zapatos con hormas similares a las de caballero.

lunes, 18 de abril de 2011

domingo, 17 de abril de 2011

viernes, 7 de enero de 2011

Exigencia hacia los demás

Para entender mejor esta entrada es deseable leer la anterior.

Si negativa es la autoexigencia excesiva, la exigencia exagerada sobre los demás es, además, injusta. Y también es la fuente principal de maltrato infantil (entre otras formas de maltrato).

¿Cuál es el objetivo de la educación?
A mi juicio, la educación consiste en desarrollar plenamente la personalidad del ser humano. Pero la personalidad concreta de ese niño. No consiste en forzarle a que el crío asuma nuestros valores y que sea como nosotros queremos que sea, trabaje en lo que queremos, profese nuestra religión o siga nuestras ideas políticas, sino en que desarrolle su entendimiento para que encuentre, por sí mismo, sus propios valores. Supone respetarlo desde que nace y enseñarle a respetarse y respetar a los demás.

Resumiendo: educar no consiste en crear discos duros donde se meten conocimientos y valores sino en FORMAR INVESTIGADORES, niños curiosos que sepan buscar lo que les interesa y se formen de acuerdo a su propio ser. Seres que piensen más y traguen menos.

Exigencia hacia los demás
Siguiendo la misma línea de pensamiento de la anterior entrada:

La exigencia hacia los demás (hijos por ejemplo), en última instancia, es la consecuencia de las expectativas que tenemos sobre nuestros hijos. A más expectativas, más exigencias y, cuanto mayores son las expectativas que tenemos, el nivel de exigencia es más elevado. Por otro lado, nuestras expectativas están íntimamente relacionadas con la imagen que deseamos proyectar y que proyecten nuestros hijos o con la imagen que creemos que los demás tienen de nosotros.

Así pues, una imagen deseada para nuestros hijos demasiado elevada y no realista, conlleva unos niveles demasiado altos de exigencia.

Cuando les exigimos, ponemos en marcha sus mecanismos biológicos de stress, que conllevan abundante suelta de adrenalina y esteroides, que les pone en estado de alerta, lo que les hace mucho más eficaces en la resolución de problemas. Pero un exceso de stress lleva a problemas psicológicos, como la ansiedad y la depresión.

El siguiente diagrama lo expone de forma más clara y concisa.

Imagen→Expectativa→Exigencia→Stress→Ansiedad.

Y ésta es exactamente la sociedad que tenemos: un conjunto de personas a las que se ha exigido desde que nacieron por encima de sus posibilidades o exigidos para que sean distintos a su propia naturaleza, para que complazca la imagen que los padres quieren que tengan sus hijos, lo que lleva a niveles bajos de autoestima y niveles altos de stress y ansiedad.

Hemos poblado nuestro mundo de seres que luchan denodadamente para cumplir con la imagen que sus padres han fabricado para ellos y, para cumplir con esas expectativas, nos exigimos cada vez más, lo que nos conlleva más y más stress.

Esos niños serán adultos, tendrán hijos y los educaran de la misma manera que han sido educados ellos si, por medio, no ha aparecido la autocrítica y se ha huido del borreguismo.

No respetar la esencia de nuestros hijos y querer que cumplan nuestras expectativas, es la forma de maltrato más frecuente y menos visible que tenemos.

sábado, 1 de enero de 2011

Autoexigencia

La exigencia, en última instancia, es la consecuencia de una expectativa. A más expectativas, más exigencias y, cuanto mayor es la expectativa que tenemos, el nivel de exigencia es más elevado. Por otro lado, nuestras expectativas están íntimamente relacionadas con la imagen que deseamos proyectar o con la imagen que creemos que los demás tienen de nosotros.

Así pues, una imagen propia demasiado elevada y no realista, conlleva unos niveles demasiado altos de exigencia.

Cuando nos exigimos, ponemos en marcha los mecanismos biológicos de stress, que conllevan abundante suelta de adrenalina y esteroides, para ponernos en estado de alerta, lo que nos hace mucho más eficaces en la resolución de problemas. Pero un exceso de stress lleva a problemas psicológicos, como la ansiedad y la depresión.

El siguiente diagrama lo expone de forma más clara y concisa.

Imagen→Expectativa→Exigencia→Stress→Ansiedad.

Si queremos combatir la ansiedad crónica, no es suficiente luchar contra el stress, que no es la fuente, ni siquiera contra la exigencia ni las expectativas. Hay que ir al origen: a nuestra imagen, a la que creemos tener o la que creemos que los demás tienen de nosotros.

Para intentar una aproximación segura, eficaz y realista a nuestro verdadero ser tenemos que hacer un ejercicio de internalización. No fijarnos en apariencias externas ni en las reacciones de los demás, sino que tenemos que hacer un ejercicio de introspección, de meditación serena y honesta con nosotros mismos.

Tenemos que pasar de la imagen (apariencia) al ser íntimo y real. No debemos pensar en lo que quieren o esperan los demás de nosotros, sino en lo que realmente queremos nosotros. Tenemos que dar un paso gigantesco: desaprender mucho de lo aprendido, criticar y analizar lo que nos ha venido impuesto desde siempre. Debemos aprender a ser egoístas (no egocentristas) de manera equilibrada, es decir, atender nuestro propio interés sin olvidar o menoscabar los ajenos. Debemos comprender cuáles son realmente nuestros deseos y necesidades y saberlos diferenciar de lo que los demás esperan de nosotros y actuar en consecuencia: hacer y ser lo que realmente nosotros queremos hacer y ser. Sólo así nos respetamos y queremos. Sólo así hay una autoestima adecuada. Y sólo así aprendemos a respetar y querer, de verdad, con amor generoso, a los demás y nos podemos dar a ellos en cuerpo (nuestro verdadero cuerpo) y alma (nuestra verdadera alma).

Cuando nos conocemos de verdad, nuestras expectativas son realistas y se corresponden con nuestro ser y, en este caso, nuestro nivel de exigencia será adecuado y adecuados serán también los mecanismos de stress que pongamos en marcha, por lo que conseguiremos objetivos deseados sin la carga de la ansiedad.